lunes, 3 de diciembre de 2018

El problema de la partitocracia


Por
Enrique Dans
Enrique Dans es Profesor de Innovación en IE Business School desde el año 1990. Tras licenciarse en Ciencias Biológicas por la Universidade de Santiago de Compostela, cursó un MBA en el Instituto de Empresa, se doctoró (Ph.D.) entre 1996 y 2000 en Sistemas de Información en UCLA, y desarrolló estudios postdoctorales en Harvard Business School


La reciente aprobación sin discusión ni enmienda alguna de la nueva Ley de Protección de Datos que permitirá a los partidos políticos construir perfiles ideológicos de los ciudadanos y bombardearles posteriormente con publicidad electoral ignorando todas las protecciones vigentes que afectan a las compañías, es el ejemplo más claro de lo que supone vivir en una partitocracia, la evidencia de que es posible que existan personas que se ubiquen de manera consistente por encima de la ley y se arroguen derechos que otros, los pobres mortales, no tienen.

La interpretación de la democracia como partitocracia, el gobierno por parte de unos partidos convertidos en estructuras que no representan a los ciudadanos sino a sí mismos, es el mayor problema que tienen muchas sociedades actuales, y que termina por devenir en la ruptura del proceso mediante el populismo. De la partitocracia emerge la corrupción, porque los partidos llegan a ver perfectamente normal establecer métodos de financiación que les proporcionen privilegios frente a otros y a entenderlo como una causa de fuerza mayor, emergen los pactos capaces de justificar cualquier cosa con tal de mantener el poder como fin último, y emergen leyes que consagran privilegios para los representantes y las estructuras de los partidos que llegan verdaderamente a recordar a la corte de Versalles. Es el “valetodismo”, la ética y la estrategia del “todo vale” para alcanzar unos fines determinados relacionados con la preservación del partido y del poder. El rábano por las hojas.

Que los partidos puedan infringir con total impunidad las leyes de privacidad para llevar a cabo su marketing electoral y que todos ellos lo aprueben en trámite parlamentario sin decir ni pío, como algo completamente normal, sin ningún tipo de enmienda, debería llevarnos a pensar muchas cosas, a darnos cuenta de la mentalidad de los teóricos representantes del pueblo, capaces de sentirse autorizados para alterar el funcionamiento de una ley de protección de datos que surgió precisamente de la inquietud popular, pero que ellos consideran que no debe afectarles. En Europa, los ciudadanos hicimos ver claramente a los representantes políticos que no aprobábamos el uso de la tecnología para ser acosados mediante publicidad hipersegmentada, que no aceptábamos determinadas reglas de juego que nos convertían en mercancía, y que si eso se llevaba a cabo, tenía que ser hecho mediante nuestro consentimiento expreso. Surgió una ley, la GDPR, que intenta consagrar esos derechos, cuyo funcionamiento estamos literalmente aún evaluando, pero que al menos pretende dotarnos de protecciones en ese sentido. ¿Y qué es lo primero que hacen los partidos políticos en cuanto tienen una oportunidad? Eximirse de su cumplimiento, y declarar abiertamente que por mucha protección que reclamen los ciudadanos, a ellos no les afecta, porque están por encima del bien y del mal.

Que esto, además, surja tras las evidencias y escándalos de manipulación electoral en otros países mediante publicidad hipersegmentada, debería preocuparnos más aún: los partidos políticos españoles ven lo ocurrido en recientes citas electorales en otros países, y lejos de escandalizarse o de pensar que esto supone un peligro para la democracia, se dirigen exactamente en la dirección contraria, piensan que ellos también quieren poder hacer algo así, y se dedican inmediatamente a establecer las bases para poder llevar ese tipo de estrategias a cabo. ¿En manos de quién estamos? Si la prensa acosa y las búsquedas en Google se convierten en dedos acusadores, lo mejor no es preocuparse, sino introducir una enmienda que regula el derecho de rectificación sin control judicial, que permite que los medios estén obligados a rectificar o eliminar determinadas noticias sin que sea un juez quien diga que tienen que hacerlo.

Partitocracia es un sistema en el que todas las protecciones que originalmente se diseñaron para controlar posibles problemas son ignoradas “por el bien del sistema”. ¿Separación de poderes? Sí, pero no tanta… que entonces no tendríamos suficiente control sobre lo que pasa en los tribunales. Tensar el sistema hasta que se rompe, hasta que surge un clamor de ciudadanos que no votan por acción, sino por reacción, que no eligen, sino que protestan con su voto. En el momento en que votas protestando, en el instante en que votas por reacción y no por acción, ya sabes que no estás votando bien, que estás eligiendo con el criterio equivocado. Se vota con la cabeza, si decides votar con alguna parte de tu sistema digestivo, ya sabes que acabarás votando con el final de este. Acabarás poniendo a cargo de la institución con mas influencia en tu vida a un imbécil que solo llegó ahí porque protestabas contra algo, al que no habrías elegido bajo ningún tipo de circunstancia no viciada por ese criterio, por esa reacción. Acabas con un Trump o un Bolsonaro haciéndose cargo nada menos que del gobierno de tu país, pasando de que te gobiernen presuntos sinvergüenzas a que te gobiernen sinvergüenzas, inconscientes o descerebrados declarados, y convirtiendo el supuesto remedio en algo todavía peor que la enfermedad. Por ese camino vamos. Y lo peor es que parece que nos lo están pidiendo a gritos.

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