domingo, 23 de septiembre de 2018

La XXXIII promoción de oficiales de la Infantería, adelantados de la reconciliación

Jardín de acceso y fachada del Colegio Santa Bárbara,
en Carabanchel Alto
Hace 55 años, más o menos por estas fechas, traspasaba yo la verja de entrada del Colegio de Santa Bárbara para huérfanos del Ejército, de preparación para el ingreso en las academias militares , en Carabanchel Alto. Allí pasé dos duros años de estudio y férrea disciplina que hacía palidecer la que se practicaba en las propias Academias Militares.


Después de gran debate conmigo mismo decidí autosuspenderme en el último examen de la Academia General de Zaragoza, al percatarme e intuir que la carrera militar no sería mi auténtica vocación. El director del Colegio que era un coronel de Infantería al que apodábamos el Zupo, con perdón y gran respeto para su persona fallecida años ha, todavía me debe estar buscando ya que yo era uno de los primeros alumnos de una lista que todos los años remitía a sus colegas profesores de la AGM, como los más indicados a ingresar en esa convocatoria.

Una sesión de estudio a primerísima hora matutina de los aspirantes a
cadetes del Ejército, preparatoria de las clases del día.

A los pocos días de ingresar en el Colegio, viene hacia mi un compañero veterano en la casa y me dice: "el Pater quiere verte". El Pater  -el capellán del Colegio-  era D. Luis Cuevas Vicente.







"¿Da usted permiso? 
Adelante, pasa. 
Hola Villarino, te he mandado llamar porque quiero que sepas que tu padre y yo fuimos amigos y compañeros de la XXXIII promoción de Infantería y que juntos estudiamos en el Alcázar de Toledo. Quiero que sepas que la puerta de mi habitación está abierta día y noche para todos vosotros y que aquí siempre encontrarás conversación y cuarterón a discreción  - un recio y antiquísimo tabaco de liar-   , para echar juntos un pitillo y charlar de lo que quieras, humano o divino.
(la conversación se prolongó un buen rato, charlando de muchas otras cosas)

En efecto, D. Luis Cuevas Vicente fue militar y algunos años después de finalizada la guerra civil, le llamó la vocación eclesiástica, facilitada por su condición de viudo o soltero (condición que ahora no recuerdo, si bien me inclino por la soltería).

El Teniente Coronel D. Luis Cuevas  -cosa que entonces yo desconocía-  detentaba la Medalla Militar Individual, la 2ª máxima condecoración después de la Gran Cruz Laureada de San Fernando, que solamente se concede por acciones en tiempo de guerra, reconocidas por un estricto tribunal militar como muy heroicas y de gran valor.

La MMI le fue concedida por negarse a ser evacuado, estando gravemente herido, ante un ataque a la posición que mandaba, posición en una situación límite, en la que permaneció defendiendo la retirada de sus hombres hasta la evacuación del último soldado, que sirvió para contener un avance de más calado de las tropas contrincantes.

Su habitación, donde nos recibía, era de una austeridad espartana y el cura-exmilitar, según me contaron, solo tenía en su armario la ropa estrictamente necesaria y su antiguo uniforme del que prendía la Medalla Militar, ganada por su valentía y solidaridad, a costa de su salud.

Luis Cuevas, al igual que mi padre en nuestra casa, ni fuera de ella, jamás nos hablaron de la guerra civil. Jamás, jamás. Y creo que la vivieron y sufrieron de pleno, con consecuencias no de una ni dos heridas en campaña, sino bastantes más.

Ambos, Luis Cuevas y mi padre, como otros cientos de miles, fueron profesionales de la milicia, a años luz de los políticos que son quienes suelen provocar las guerras.

Hoy día, en que algunos, bastantes, se empeñan en reabrir antiguas heridas, les tengo que decir que hace ya muchos, muchos años, se pasaba página de la tragedia que vivió España, transcurridos poco más de diez años de la contienda.

El Alcázar de Toledo, construido en 1537 en el estado que quedó al fin de su
asedio, liberado por el General José Enrique Varela y una vez
reconstruido, en la actualidad


Nota de prensa del diario ABC dando
cuenta del las "bodas de oro" de la
Promoción de Luis Cuevas y mi padre

En efecto, mi padre  -vuestro abuelo y bisabuelo- formó parte en el año 1951 de la comisión encargada de preparar la celebración de los 25 años conmemorativos de la obtención en 1926 de sus despachos de oficiales de Infantería, como miembros de la XXXIII promoción. Todos los integrantes de esta comisión estuvieron de acuerdo en invitar a la celebración a sus compañeros que también lucharon en el bando republicano.

El entonces ministro del Ejército Capitán General Muñoz Grandes abortó la iniciativa. Pocos meses después a mi padre, al igual que otros compañeros de comisión, les fue retirado el mando de armas y relegado a un puesto burocrático, en el caso de mi padre, equivalente a la Protección Civil de hoy día.

Afortunadamente, en 1976, cuando se celebraron los 50 años de la promoción, fallecido ya mi padre, asistieron a las celebraciones  jefes y oficiales compañeros también de promoción que hicieron la guerra en el bando republicano. Ellos, hombres de honor, que todos ellos juraron la defensa y unidad de la misma Patria, ya estaban reconciliados hace más de 40 años. Algunos años más tarde fue el propio pueblo el que se reconcilió.

Casi 80 años después, algunos, bastantes, se empeñan en volver a aquellos años aciagos a través de lo que llaman la memoria histórica, cuando la historia se fundamenta en verdades probadas, lejos de cualquier memoria, que se basa en sentimientos subjetivos.

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